Alguien que se llama Pedro, ¿tiene cara de Pedro? Y de ser así, ¿existirá también una cara de Fernando, de Andrés o Tomás? A pesar de que pueda parecer muy aventurado responder afirmativamente a esta pregunta, una reciente investigación llevada a cabo por especialistas de la Universidad de Jerusalén, revela que los seres humanos somos más o menos capaces de averiguar el nombre de una persona con tan solo mirarla a la cara.
Los investigadores llevaron a cabo un experimento con voluntarios franceses e israelíes, a los cuales les mostraron una serie de rostros, pidiéndoles que trataran de deducir su nombre entre una serie de cinco posibilidades. De modo que éstos acertaban con una proporción de éxito que variaba entre el 25 y el 40 %, lo cual implica un porcentaje bastante alto como para achacarlo a la simple casualidad.
De la misma manera pudieron detectar que los voluntarios franceses tenían un mayor número de aciertos cuando se trataba de averiguar los nombres de personas francesas, que con aquellas que eran israelíes. Y con los voluntarios de esta última nacionalidad sucedía exactamente lo mismo.
¿Llevamos entonces el nombre escrito en nuestra cara? Hasta cierto punto sí. Según los autores del estudio tenemos una serie de estereotipos culturales asociados a los nombres. Por ejemplo, para los anglosajones, Bob se asocia más con un rostro redondo que Tim. Por ese motivo, concluyen que nuestro nombre puede ejercer sobre nosotros una presión psicológica que nos empuje inconscientemente a moldear nuestra imagen facial (por medio del peinado, la forma de sonreír...) de una determinada manera para que se acople a dichos estereotipos.
Pero no es esta la única investigación que revela que nuestro nombre y también los apellidos influyen en nosotros más de lo que pensamos. El investigador Richard Wiseman, por ejemplo, realizó un estudio en el que comprobó que el nombre puede influirnos a la hora de elegir una determinada profesión. Eso podría explicar que, por ejemplo, entre los abogados estadounidenses haya una considerable cantidad de personas que se apellidaban Law, según la investigación de este Wiseman.
Y no solo eso, Wiseman también comprobó que las personas cuyo apellido comienza por alguna de las primeras letras del alfabeto tienen más posibilidades de alcanzar el éxito que aquellas cuyo apellido empieza por una de las últimas. La confirmación la encontró en un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de California que comprobó que, efectivamente, aquellos investigadores cuyos apellidos comenzaban por al letra A, B o C, tenían más posibilidades de acceder a los departamentos más prestigiosos e incluso de obtener un Premio Nobel.
En una línea similar, otro estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), reveló las mujeres resultan más sexys cuando su nombre incluye vocales con curvas, como la a y la o. Mientras que con los hombres sucedería lo contrario, y resultarían más atractivos aquellos cuyos nombres contengan las vocales e o i.
